A complete unknown
Las canciones no pueden hacer daño. A veces, la paciencia es una virtud para entenderlas y saber recibirlas.
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Cuando vivía en Buenos Aires, fumábamos con mi amigo Facundo y nos reíamos de la Rolling Stone y su ranking de temas. El mejor de la historia, según ellos, era Like a rolling stone, de Bob Dylan. Solíamos burlarnos de la forma que tenía el señor Zimmerman, de su canto extraño y su estilo tan desprolijo.
Pasó el tiempo y me encontré con que yo también lo soy, un sucio y desprolijo desconocido. Ni siquiera en una gran ciudad, pero lo suficiente amplia como Posadas para cambiar de piel tantas veces y no verme más en el espejo. Ahora no hablo tan fuerte, ni hago los chistes que antes hacía. Y aquí estoy, escuchando la discografía entera de Dylan con una fascinación nueva.
No puedo parar de disfrutar las melodías que salen de su guitarra, el valor de su declamación, su vuelo poético. Tres o cuatro acordes, sin ninguna pretensión, pero mucho para decir. Algo que cuando voy a la guitarra, me cuesta mucho encontrar: el qué decir. Adrián Dargelos tuvo ese problema y recurrió a Marcelo Cohen, qué lujo. Yo me arreglo con saber que lo que antes me podía parecer irrelevante, hoy me sacude el cuerpo como las primeras veces que escuché a los Beatles.
Qué difícil puede resultar el arte de la coincidencia, de los amores y toda esta vida derramada en protegernos de lo que vendrá. Un asteroide podría modificar el paisaje de la tierra en 2032, todos tienen fe en ese 1% y pico de chances que tiene. Unos pocos años después de que Dylan enchufara su primera Stratocaster, aparecían las imágenes -falsas o no, quién sabe- del hombre en la luna. Trump anunció que la nueva carrera será Marte, vuelven los símbolos nazis; vuelven a prohibir un recital en plena democracia, aquí en Argentina. The times they’re changing.
Yo no sé qué pensar del amor, ya no lo digo con orgullo. Ayer estaba frustrado y una parte de mí quiso escuchar El Diablo de tu Corazón, de Fito Páez. Me sorprendió que sea tan actual, el videoclip cargado de violencia, peleas y discusiones, individualismo y un sálvese quién pueda atroz. “Hace un tiempo, en esta misma ciudad, allá en los comienzos de los años 80’ el mundo aún se podía mover, estaban altas las defensas, no se comía tanta mierda”, dice. Qué hicieron contigo democracia, qué hicieron con ese gesto noble de la solidaridad y el bien común.
Todo se quebró a unos pocos segundos de reacción, no hay tiempo para nada. Quince minutos deben bastar para declararse un amor para toda la vida, otros quince minutos más para matarse con veneno antes de que alguno cambie de opinión. Duraron toda una vida, los romeos y las julietas. Pero despertaron y había toda una conversación por tener, incómoda e infértil. Yo me fui a dormir escuchando Dylan, pensando en todas las personas a las que decepcioné a lo largo de mis quince minutos de fama.
Yo también me sentí abrumado y no tuve una ciudad a la que irme, con la guitarra y el bolsón. Me quedé, bajo mi nube negra, esperando ese mensaje que nunca llegó. “Quiero ser un buen tipo”, me dije llorando. Estoy cansado de lastimar, dar vuelta el tablero, patear el tacho, de intentar ser lo que pienso que debería ser. “No puedo ver a un hábil jugador, trascendental actor en busca de aquel papel que justifique con la acción, toda fantasía”, dijo Charly también.
Y agrego una más: “si no fuera por las melodías románticas, no sé si me quedaría”. ¿Dónde está la libertad que encuentro en otros? La quiero para mí, deseo ser feliz sin pensar que nada nunca es suficiente. Es verdad que no necesitamos nuevas melodías. Esta lágrima que derramo mientras escucho Desolation Row, alguien más la derramó antes y me cobija. Y eso es suficiente para mí. Times are changing for me.
Encontré las palabras para volver a escribir. Quizás no sean las mejores, pero gracias por llegar hasta aquí. Si te gusta, te podés suscribir y seguir recibiendo estas cosas raras que cada tanto suelto.
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